YUKU es un recorrido de procesos creativos, investigativos y también expositivos. Conformado, a varias manos, voces y saberes, por una serie de piezas migrantes que comparten preocupaciones en torno al territorio, al extractivismo, los futuros y los afectos interseccionados en las historias propias y los espacios comunes. Pero es también, un reencuentro de preguntas y una invitación a plantearnos la manera en que imaginamos, habitamos, construimos, colaboramos y configuramos el presente.
El recorrido empieza literal y simbólicamente con dos frutos de Huanacaxtle, piezas colocadas en uno de los patios del museo y cuya intención es invitarnos a reflexionar sobre los procesos de devastación en el territorio, en los cuales, la pérdida de árboles es el primer signo. En estos frutos con semillas, parecidos a una oreja, Rame hace manifiesta la ausencia de estos seres pero también, el ejercicio necesario de escucha cuando se cuida y se repara algo cuya presencia es vital.
Continuando por los patios, nos encontramos unas letras, correlato de las desvergonzadas y coloridas políticas públicas que se instalan en cada pueblo “mágico” fruto del colonialismo contemporáneo. Estas letras, YUCU DZAA, desarmadas y pensadas para ser reconstruidas, nos recuerdan nuestra complicidad: nuestra agencia o indiferencia en lo que pasa en nuestro entorno. Rame además de usar este nombramiento en mixteco de la costa, cambia la C por la K, resignificando así estrategias de generación de rumbos de identidad distintos a los trazados.
En el fondo, el sonido de unos sapos, registro de un paisaje que no existirá más, canto a la lluvia que desaparecerá de complirse un presagio funesto. Así, el grabado de la piedra en el siguiente espacio abierto, a manera de premonición, nos alerta del fin de un ciclo de tiempo, nos mira de frente y nos avienta preguntas. ¿Qué implica cuidar los territorios para seguir habitándolos? ¿Qué es necesario cambiar para que no nos devore el futuro? ¿Qué otras cosas mueren cuando la piedra cae?
Esta exposición por eso es un recorrido y un reencuentro, una especie de premonición, pero quizás también una forma de memoria reconfigurada. En esta sala, los objetos que nos convocan en este espacio: las postales. Objetos de una historia personal y familiar que visibilizan formas de hacer imágenes. Sin embargo, estas imágenes tan comunes a nuestros ojos, revelan de maneras poco explícitas, historias de violencia, despojo y desplazamiento. Por eso, la necesidad de mostrarlas vedadas, de manera que las imágenes principales, seguramente una imagen costumbrista o un tipo físico, quedan ocultas. Este gesto simple y contundente de arrancarlas y voltearlas permite el cuestionamiento de una lectura cómoda y posibilita que las entendamos desde otros lugares. Ejemplo de esta potencia transformadora es la resignificación que hace Rame de la historia del desgarro, que a su vez da forma a nuevos paisajes de memoria: marcas que han quedado en los espacios que pegaban las postales a un relato individual, íntimo pero terriblemente político. Marcas que se develan como desgarros de territorios propios, como cicatrices o heridas abiertas, territorios cruzados por la migración y la extracción, pero contradictoriamente también por el cariño y las ganas de seguir conectadxs.
Haciendo una traducción y reinterpretación de estas piezas, se encuentran los telares realizados por Román Gutierrez, telares manufacturados en telares de pedales, con materiales como ixtle, lana y algodón e intervenidos con piezas de barro, malacates específicamente, réplicas arqueológicas encontradas en Tututepec, realizadas por María Rojas. Estas piezas dan continuidad al diálogo con las visitas y negociaciones que Rame Cuen hace con el pasado pero también el menester de reinterpretación de nuestro propio camino. Manifiesto de esto, es la misma técnica, en la cuál es necesario destejer para exponer nuevos territorios de memoria, fuera del orden establecido. Los hilos nos recuerdan el derecho y la potencia que tenemos todxs de reconfigurar las historias que hemos tomado como verdades. En las tramas, aparentemente territorios separados pero sostenidos por la urdimbre, la necesidad de reimaginar estos paisajes y su materialidad, la manera en que las traemos a la vida se hace presente. Y es que estas imágenes que re-aparecen, en las postales, en imágenes, en los tejidos: son un recordatorio de las violencias que no nos permiten ser indiferentes al cartografiar la vida personal, nuestros contextos, los tiempos en los que vivimos, son un recordatorio de los propios desgarros de las historias que nos atraviesan.
Así, el punto nodal de la exposición, son dos piezas. Por un lado la emisión de un timbre postal, gestionado por piezas que se pueden encontrar en la tienda y por otro, las postales destinadas a ser colocadas en la red de cobre y posteriormente enviadas a sus destinatarios. La intervención de estas postales con un mensaje nos compromete a plantear la participación y la obligación que tenemos de tomar responsabilidad en las maneras en que estamos tejiendo y entramando el presente. Con el cobre como protagonista y mediador de la interacción y del mensaje, recordatorio de la manera en que todos los recursos naturales son también el soporte del arte, pero también las formas y materiales en que el extractivismo interrumpe de manera tajante otros relatos.
La invitación es a dejar un mensaje para el futuro, un mensaje que ante la inminente muerte de todxs, pero también de los territorios, las formas de hacer y las historias presentes en los espacios: es obligatorio no olvidar. Proponiendo así, pensar nuestra muerte como transformación y no como fin. ¿Qué mensaje dejarías a una persona o un territorio que no sabes cuándo volverás a ver?¿Qué es necesario no olvidar?
Ariadna Solis
Septiembre, 2022